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Prohibir el plástico es un ecocidio

El plástico se acumula en el medio ambiente.

LA NOTICIA DIGITAL, INTERNACIONAL.- El plástico es uno de los villanos predilectos de la propaganda ambiental.

Los legisladores han apuntado sus primeros dardos contra los popotes y las bolsas de plástico, cuya prohibición ya es popular a lo largo y ancho del planeta, admite Alejandra Ramos Jaime, fundadora del movimiento ecologista La Solución Soy Yo y Embajadora de la Fundación para la Educación Económica.

¿Pero qué tan adecuada es la cruzada contra el plástico? ¿Cómo llegamos a la conclusión de que las alternativas al plástico son más ecológicas y que su prohibición o regulación tiene sentido?

Señala que en algún tiempo se hubiera pronunciado a favor de la prohibición de estos productos plásticos. ¿Qué cambió? ¿Los años me hicieron perder mi interés ambientalista? No: al contrario. Lo único diferente es que cambié las preguntas.

En un escenario hipotético donde el plástico no existiera o nunca hubiera existido antes y suponiendo un consumo similar al actual, millones de toneladas de desechos orgánicos serían generados diariamente: bolsas de papel de un solo uso, popotes de aluminio, empaques desechables de cartón, etcétera.

La prensa nos alarmaría sobre la cantidad de árboles talados, la inmensa cantidad de agua utilizada en la industria textil y la del papel y cartón, la alta tasa de extracción de minerales escasos, entre otros problemas.

Imaginen, luego, que alguien descubriera un material que prometiera reducir en cinco veces el uso de agua; en dos veces, fuentes de energía no renovable; en tres veces, la emisión de gases de efecto invernadero. Un material maleable, higiénico, resistente y que, además, ¡no requeriría la tala de un solo árbol! Olas de consumidores preocupados por el ambiente y la conservación de recursos naturales irían a consumirlo y sería mal visto utilizar bolsas de papel, por ejemplo, que costaran recursos valiosos y bosques.

El invento, expresó, afortunadamente, ya existe: el plástico. La campaña en contra del plástico nos ha hecho olvidar sus múltiples beneficios, incluso ambientales. De acuerdo a los recursos empleados, una bolsa de papel debe ser utilizada al menos siete veces para ahorrar el impacto ambiental de su fabricación con respecto a una bolsa plástica como bolsa de basura.

Por su parte, una bolsa de tela debe ser utilizada más de 327 veces para compensar el impacto ambiental. Y en cada uso de bolsas de papel y de tela hay desgaste y consumo de recursos valiosos.

El plástico, dijo la ambintalista, no solo responde a la comodidad de los consumidores. Los empaques plásticos de algunos alimentos permiten extender su vida útil y facilitar su distribución. En la carne, un empaque plástico al vacío extiende su vida de cuatro a 30 días.

Un pimiento en una bolsa plástica perforada extiende su caducidad de cuatro a 20 días. Una botella plástica pesa 10 veces menos que una botella de vidrio.

Las ventajas permiten que los alimentos sean más fáciles de transportar y requieran menos combustible; que sean más duraderos y más fáciles de almacenar, con lo cual hay menos costos de refrigeración, almacenamiento y desperdicio de recursos. Y esos ahorros se traducen, además, en bienes más accesibles económicamente para personas de menos ingresos.

Los plásticos son mucho más baratos que sus sustitutos por una razón: en su proceso de fabricación han logrado ser eficientes y utilizar muchos menos recursos –los cuales, sabemos, tienen un costo–.

Cada empresa que analiza el empaque o servicio de sus productos está considerando ser lo más eficiente posible para extender sus ganancias.

Las empresas toman en cuenta el combustible que hará falta para hacer llevar su mercancía a su consumidor final de acuerdo al peso; toman en cuenta los costos de energía en que incurrirán para mantener sus productos refrigerados o frescos. Son estas decisiones, en conjunto con el sistema de precios, las que nos transmiten información y nos vuelven mucho más eficientes y ecológicos.

La prohibición de la bolsa de plástico que resulta ser la alternativa potencialmente más ecológica y económica, atenta contra los buenos incentivos a la correcta separación y disposición de residuos sobre todo para la población económicamente más vulnerable, ya que para cumplir esta tarea, las personas deberán comprar bolsas especiales para basura, tal cual sucedió en San Francisco, California luego de la prohibición, donde las ventas de bolsas plásticas incrementaron en un 400%.

Entonces ¿Qué nos queda por hacer? Para reducir los factores externos negativos se requiere no castigar el plástico, sino indagar en los incentivos que indican que los plásticos (y cualquier otro material) sean desechados de formas costosas y deficientes. ¡Nuestra falta está en la disposición y manejo al ser un producto no biodegradable fácilmente!

El gobierno falla de modo persistente en la tarea que se atribuye: la de administrar la basura y mantener espacios públicos limpios.

En México, más de 16 mil toneladas de basura se quedan diariamente sin recolectar, contaminando calles y medio ambiente, y para los residuos recolectados, el panorama no es más alentador, pues el 87% de los basureros son catalogados como “tiraderos a cielo abierto”, debido a que no cumplen con las normas ambientales para ser considerados rellenos sanitarios que eviten la contaminación por filtración hacia mantos acuíferos que propagan residuos tóxicos hasta zonas de cultivo, ganadería o asentamientos urbanos.

En necesario exigir al gobierno el cumplimiento de sus propias normas ambientales y el establecimiento de un mejor marco institucional que prevenga la contaminación, y abandonar la visión que categóricamente etiqueta al plástico como algo “malo”, mientras etiqueta a los sustitutos como algo “bueno”.

Tanto el plástico como sus sustitutos son bienes con características útiles y aplicaciones valiosas. Y todos ellos, requieren un tratamiento específico al terminar su vida útil. Los biodegradables deben estar en un relleno sanitario o planta de composta que evite la emisión de gases por descomposición, mientras los no biodegradables deben reciclarse o llegar a un relleno sanitario que evite su permanencia en otro ecosistema, o mejor aún, a una planta de incineración que genere energía eléctrica.

Prohibir cualquier material acarrea costos e ineficiencias que nublan nuestra apreciación de sus relativas bondades, y nos hacen olvidar la responsabilidad primordial de disponer y administrar correctamente de cada tipo de residuo según sus características, y para ello, debemos empezar desde casa con la separación adecuada de nuestros desechos, comentó.

La académica invitó a cambiar el debate desde la coerción y la limitación de libertad a uno sobre la eficiencia y productividad en el uso de nuestros recursos. Después de todo, no hay nada más ecológico que aquello que es eficientemente producido, consumido y desechado. Fuente: EFE.

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