LA NOTICIA DIGITAL, INTERNACIONAL.- Un comerciante de trigo del siglo III, Matahari y una muñeca Barbie tienen un secreto en común: los tres forman parte del mundo del espionaje y del control de las información, que un museo de Austria se atreve ahora a revelar en una exposición.
Servicios de inteligencia, agentes secretos, Enigma, la guerra fría, la Stasi, micrófonos ocultos o los actuales sofisticados sistemas de control de datos son algunos de los temas de una muestra que explica cómo los gobiernos han tratado siempre de conocer los secretos del enemigo y vigilar a sus propios ciudadanos.
La exposición “Espionaje”, que puede verse hasta el próximo 19 de enero en el Museo de Baja Austria, en Sankt Pölten (a unos 65 kilómetros al oeste de Viena) recorre el pasado del espionaje en 39 episodios, muchos ya conocidos y otros sorprendentes.
El visitante pasea así por las 39 estaciones de la muestra, cada una centrada en un objeto y una historia, a lo largo de varias salas en las que la iluminación y la disposición crean un ambiente laberíntico y misterioso.
Los objetos, según explica a Efe Benedikt Vogl, uno de los comisarios de la exposición, sirven sobre todo para introducir a los protagonistas de los episodios históricos.
Por ejemplo, una estela funeraria del siglo III es una de las piezas que testimonia la propia red de espionaje y agentes infiltrados que ya tenía el Imperio Romano: comerciantes de trigo que se movían por ciudades y mercados recopilando información y que acabaron formando el servicio secreto de Roma, los “frumentaari”.
Recorriendo las salas se puede descubrir a la famosa espía Mata Hari a través de un broche que le perteneció, o a Adolf Eichmann, el organizador logístico del Holocausto, que fue capturado en 1960 en Buenos Aires en una operación secreta del Mosad, el servicio secreto israelí.
También hay personajes menos conocidos, como Gottfried Wilhelm Leibniz, que en el siglo XVII concibió ya una avanzada máquina de codificación, o Alois Musil, un oficial del Imperio Austro-Húngaro que en la Primera Guerra Mundial compitió con el británico Lawrence de Arabia por ganarse el apoyo de las tribus beduinas de Arabia.
La exposición analiza el espionaje al que el poderoso Clemente Lotario Wenceslao de Metternich, el ministro de Exteriores del Imperio Austro-Húngaro, sometió a los príncipes y reyes que participaron en el Congreso de Viena (1814-1815), o el seguimiento que la Alemania de Bismarck hizo del incipiente movimiento socialista a finales del siglo XIX.
La Checa, la primera organización de inteligencia soviética; la enorme red de control a ciudadanos que creó la Stasi en la Alemania comunista, y el atentado del servicio secreto francés contra un barco de Greenpeace que protestaba contra las pruebas nucleares, y en el que murió un fotógrafo, tienen también su espacio en la muestra.
En otro apartado se puede jugar y aprender cómo funcionaba Enigma, el cerebro electrónico creado por los nazis para codificar mensajes y cuyo descifrado por parte de los Aliados jugó un papel importante esencial para la derrota de Adolf Hitler.
O contemplar objetos que parecen sacados de una película de James Bond, como cámaras escondidas en paquetes de cigarrillos o zapatos, o preparadas para espiar a través de las cerraduras.
El recorrido llega hasta el presente más actual y la desasosegante realidad del ciberespionaje, la inteligencia artificial, las cámaras de reconocimiento facial y, más sutilmente, cómo las grandes empresas tecnológicas saben cada vez más de nosotros.
De hecho, Vogl asegura que el tema del espionaje recobró de repente interés y actualidad por el caso de Edward Snowden, el antiguo empleado de las agencias de inteligencia CIA y NSA, que en 2013 reveló que el Gobierno estadounidense vigila las comunicaciones digitales y telefónicas de millones de usuarios en todo el mundo.
La exhibición recuerda una muñeca Barbie comercializada en 2015 que incluía un micrófono, un altavoz y una conexión a internet para grabar lo que los niños decían y enviaba el audio correspondiente a servidores donde la voz era analizada por ordenadores.
El producto recibió el premio Big Brother de la asociación Digitalcourage, que lucha por la defensa de la esfera privada.
Vogl explica que aunque Google o las otras grandes empresas tecnológicas no tienen dedicado explícitamente un lugar en la muestra, esa forma de espionaje está representada “de forma muy sutil”.
El comisario de la exposición afirma que no sólo damos de forma voluntaria nuestra información, sino que todos esos datos se mueven y circulan de forma invisible, totalmente lejos de nuestra atención.
“Son datos que son almacenados sin ningún tipo de sospecha. Sería el sueño de Metternich”, afirma. EFE